Existe en el
corazón de América un refugio humano abrazado a tres cordilleras, arrullado por
exuberantes valles, frondosas selvas, y bañado por dos océanos. Manantiales y
caudalosos ríos convierten las tierras en prodigios de fertilidad, culminando al
sur en la Amazonía: lo que convierte a Colombia en objeto de grandes codicias. Y
desde ahí empieza el martirio de un pueblo: desde la cartografía de la codicia
de un puñado. Colombia, a pesar de tenerlo todo para hacer posible la vida digna
de la totalidad de sus 48 millones de habitantes, padece una élite continuadora
de la violencia colonial, que se atornilla en el poder local ofertando las
riquezas del país al poder transnacional, condenando al pueblo a una sangrienta
historia de despojos.
Hemos olvidado ya cuántas generaciones no han conocido jamás un asomo de paz, ni voluntad de los gobernantes para permitir que sobre este suelo habite por fin una democracia real, no una pantomima macabra de rituales de urnas que pierden su sustancia democrática ante el exterminio contra la oposición política. A fuerza de represión incesante para apagar el germen de la dignidad, los gobernantes han pretendido forzarnos a enterrar en las profundidades del dolor nuestros gritos de apabullada humanidad.
Hemos olvidado ya cuántas generaciones no han conocido jamás un asomo de paz, ni voluntad de los gobernantes para permitir que sobre este suelo habite por fin una democracia real, no una pantomima macabra de rituales de urnas que pierden su sustancia democrática ante el exterminio contra la oposición política. A fuerza de represión incesante para apagar el germen de la dignidad, los gobernantes han pretendido forzarnos a enterrar en las profundidades del dolor nuestros gritos de apabullada humanidad.
1. Hacemos de la empatía social el primer paso hacia una verdadera paz
Nosotros hemos decidido conjugar el sentir de
nuestro pueblo a la primera persona del plural, porque somos pluralidad, y
porque hacemos de la empatía social el primer paso hacia una verdadera paz: el
sentir de nuestro pueblo clama justicia en la voz de sus desterrados,
despojados, empobrecidos, marginados, desaparecidos, encarcelados, amordazados,
torturados, asesinados. Y nosotros decidimos ser ‘nosotros’ también con nuestros
presos y muertos: porque si bien la violencia de una intolerante élite ha
pretendido borrar sus ideas y sus sueños eliminándolos físicamente o
separándolos de nosotros mediante rejas abyectas, en nosotros siguen vivas sus
ansias de justicia y dignidad.
2. Terror que configura el latifundio a favor del gran capital
El 68% de los colombianos vivimos en la
pobreza, ocho millones de nosotros deambulamos por las calles en la indigencia.
Más de 5 millones hemos sido desplazados violentamente por las fuerzas
represivas oficiales o paramilitares que colaboran fielmente con el regimiento
militar. Hemos sido sometidos al terror que configura el latifundio a favor del
gran capital transnacional, en detrimento de nuestras condiciones de
sobrevivencia y dignidad, en detrimento de la soberanía alimentaria, y de la
paz. Masacres, bombardeos, aspersiones y envenenamientos del suelo y del agua,
preceden nuestras enlutadas marchas de destierro forzado. Nosotros los
campesinos, los afrodescendientes, los indígenas que hemos intentado vivir en
los suelos de nuestros ancestros, hemos sido exiliados.
Reventamos de dolor porque ya se ha rebasado el límite de resignación al sufrimiento. Cuando protestamos sufrimos exterminio, o somos sometidos al ostracismo y al silencio que impone el terror estatal.
3. Abrir los espacios de tolerancia a la reivindicación social,
para hablar de paz
Somos ocho mil presos políticos a quienes se
nos violentan todos los derechos humanos, ocho mil que gritamos en medio de la
indiferencia de esta sociedad amordazada y empujada a la alienación, que
gritamos bajo las torturas aberrantes que la dignidad no se arranca como se nos
arrancan las uñas, que las rejas no impiden que los sueños existan. La
institución carcelaria que denunciamos como campo de exterminio de la
reivindicación social, llega incluso a denegarnos la asistencia médica como
forma de tortura, empujándonos a la muerte. La organización social, el
pensamiento crítico, el estudio de la historia y la sociedad colombiana han sido
proscritos; a los defensores de los derechos humanos, a los sindicalistas, a los
intelectuales críticos, a los artistas comprometidos con su entorno, a los
ambientalistas, a los líderes comunitarios, a los campesinos, se nos considera
criminales y “terroristas”.
Somos defensores de la paz, y se nos acalla por no estar de acuerdo con que decenas de miles de niños mueran anualmente en Colombia por desnutrición, falta de agua potable y enfermedades curables; por reclamar una educación gratuita que se piense para la soberanía, por reclamar que la salud sea un derecho y no una mercancía, por alzar nuestras voces contra el saqueo de nuestros recursos. Hay una guerra estatal contra el pensamiento y la empatía: nos asesinan las fuerzas represivas oficiales o las paraestatales sin que hayamos siquiera empuñado las armas. Infinitas voces yacen en las fosas comunes, otras tantas quedan esparcidas en el pavimento entre los charcos de sangre que dejan los sicarios pagados para eliminar la voz disidente.
4. La guerra de la que no se habla: la guerra sucia
Los civiles estamos siendo diezmados por la
guerra sucia: el terrorismo de estado es también parte de la guerra, esa parte
que nunca se nombra en los mass-media y que sin embargo representa el raudal más
caudaloso del baño de sangre. La llave de la paz es exigir que cese la práctica
estatal de exterminar la participación política civil, porque al verse esta
participación política arrinconada de manera sistemática, los medios de
reivindicación social devienen armados.
No somos “la democracia más antigua de América Latina” porque no la hemos conocido. Se nos obliga a callar para que seamos cómplices de la sanguinaria “Seguridad”, que no es otra cosa que la seguridad para que ejerzan el saqueo las transnacionales sin tener que escuchar la justa reivindicación popular; una “seguridad” que se traduce en violación de la soberanía alimentaria para las mayorías.
5. Intervencionismo de EEUU apuntala la guerra y es peligro
regional
Los mismos que han convertido a una parte de
los empobrecidos de Colombia en carne de cañón para proteger los intereses de
las transnacionales y de una minoría criolla, permiten la instalación de la
amenaza imperialista contra nuestros hermanos de la región. Hemos sido
condenados a renunciar a la soberanía que heredamos de las campañas libertadoras
del siglo XIX, y asistimos a la instalación de bases militares estadounidenses,
desde donde se imponen las doctrinas de apisonamiento de los derechos humanos y
el manejo del narcotráfico como una herramienta más de dominación. Los
estadounidenses gozan de total impunidad para los crímenes que cometan en
Colombia, en virtud de la inmunidad que les es otorgada por el estado
colombiano. Los EEUU justifican su intervencionismo bajo el pretexto de la
“lucha contra el narcotráfico”, cuando en realidad éste fortalece sus mismas
arcas y asimismo a un gobierno y a sus estructuras narcoparamilitares, a la par
que criminalizan al campesino cultivador de la hoja de Coca a sabiendas que ésta
no es cocaína.
6. La paz no es degradar en extremo al opositor
Son los mismos gobernantes que posan exhibiendo
manos cortadas y lanzan carcajadas de júbilo al lado de cadáveres, los que
pretenden convertirnos a todos en aplaudidores del exterminio. Son los mismos
gobernantes que han puesto tarifas a la vida, impulsando los mal llamados
‘falsos positivos’ que no son otra cosa que asesinatos de civiles para
implementar los montajes militaro-mediáticos para la guerra sicológica: usando
los cadáveres para el exhibicionismo necrofílico que busca degradar al opositor
al presentarlo en bolsas negras, como pedazo de carne. Nosotros decimos que las
y los colombianos no son pedazos de carne, y rechazamos dicha estrategia del
terror estatal que enferma a la sociedad entera, degradando la ética.
Se alza el clamor por una paz con justicia social para las mayorías: una paz que nazca del debate conjunto.
7. Negociación política, cambios estructurales, cuestionar el
modelo económico
La solución política es el clamor del pueblo
colombiano: implementar cambios estructurales de fondo que eliminen las
condiciones de despojo, desigualdad y exclusión que han dado lugar a las
múltiples formas de resistencia. Urge una verdadera reforma agraria, urge la
cesación de la práctica estatal de exterminar la oposición política, el desmonte
de la estrategia paramilitar, la cesación de la entrega del país en concesiones
a multinacionales (el 40% del país está hoy pedido por multinacionales mineras),
el fin del sometimiento a la bota estadounidense. Se trata de replantear el
modelo de desarrollo de la sociedad colombiana: el ser una economía dependiente,
concebida como una bodega de recursos, con un desarrollo endógeno nulo, es el
gen de la guerra.
No se trata de una negociación superficial, ni de negociar prebendas a la ‘reinserción’ para los insurgentes, que lo único que haría sería reinsertar a miles de mujeres y hombres a la pesadilla del hambre que crece a diario en los cinturones de miseria de las ciudades. Tampoco se trata de negociar una ‘reinserción’ para avalar que luego miles de ‘reinsertados’ sufran el exterminio estando inermes, como ya ha sucedido más de una vez en la historia de Colombia. Apelamos a la responsabilidad social e histórica: no queremos avalar otro genocidio descomunal, ni podemos pretender que el campesino despojado se resigne a la indignidad.
8. Redefinir las partes en conflicto con una visión integral, para
caminar hacia la paz
La paz no es un acuerdo solamente entre el
gobierno y las guerrillas, porque las partes en este conflicto van más allá
de esa definición estrecha que lo único que busca es quitarle su carácter
esencialmente social y económico al conflicto: las partes somos todos los
colombianos; también consideramos parte del conflicto a las transnacionales que
se benefician del despojo fomentando masacres y desplazamientos poblacionales; a
los Estados Unidos que constantemente intervienen en nuestros asuntos. Uno de
los puntos medulares del problema es el negocio gigantesco que el complejo
militar-industrial estadounidense y europeo tiene con el gobierno colombiano: la
compra de aparatos de destrucción es financiada por el erario público, y por una
creciente deuda externa que se le endosa de manera ilegítima a todo el pueblo
colombiano.
9. Por la paz con justicia social hasta la última gota de nuestros
sueños
No creemos en acuerdos que se basen sólo en la
entrega de armas, porque lo que sustentaría una verdadera paz en Colombia sería
que los codiciosos depusieran su codicia, cesaran la depredación de los recursos
de Colombia a costa del despojo y genocidio contra sus gentes. Para la paz haría
falta que el latifundio, las transnacionales, el estamento militar, desactivaran
su herramienta paramilitar; y que cesaran definitivamente las pretensiones del
fuero penal militar y demás artimañas del lúgubre aparato de impunidad que
perpetúa el horror. El gasto militar es descomunal: más de 12.000 millones de
dólares anuales; para la paz reclamamos que esta suma sea invertida en salud,
educación, vivienda, desarrollo endógeno.
Queremos poder participar en el debate político amplio, en la construcción social sin ser asesinados; queremos que cese el exterminio contra la reivindicación social, que sean liberados los presos políticos, que cese la desaparición forzada… Son algunos pasos.
Nuestra intención es acercarles al sueño de un pueblo, que a fuerza de terrores se ha tardado en nacer. Hacemos un llamado a la opinión pública internacional para que se solidarice con el pueblo colombiano, y lo acompañe en un proceso de negociación política del conflicto social y armado. Entendemos que el conflicto es ante todo social, y deviene armado ante la intolerancia política del estado, y que la guerra en Colombia tiene su principal factor de durabilidad en la alimentación que los Estados Unidos suplen a los aparatos del estado.
En el corazón de América, al son de tambores, de gaitas, acordeones, el alma de un pueblo danza; custodia en la policromía de su piel milenios de historia; guarda recónditos saberes susurrados por las selvas. Un pueblo llora sobre las tumbas desparramadas en su latitud silente. Latiendo está Colombia con una geografía repleta de cantarinas cascadas, de multitud de verdes; se enrisca, se extiende, se oculta selvática, se asoma abisal y oceánica; nada en ella es avaricia, es toda abundancia; su pueblo clama por vivir dignamente en el paraíso que unos pocos pretenden atesorar: “¡POR LA PAZ, HASTA LA ÚLTIMA GOTA DE NUESTROS SUEÑOS!”
POR UNA COLOMBIA DECENTE, EL POLO PRESENTE
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