Comunismo
Las
verdaderas lecciones de Marx
¡El comunismo se muere! ¡El
comunismo está muerto! Después de la muerte de Marx y de la caída del marxismo,
he aquí de nuevo los titulares que en su momento estuvieron de moda cuando los
países del Este volvieron a la economía de mercado. Ahora bien, sorpresa
paradójica, esta «muerte del comunismo»
confirma claramente «la ley de desarrollo
económico de la sociedad moderna» que el autor de El Capital pretendía haber revelado. Prueba de que las tendencias que se
manifiestan y se realizan con vehemencia en el capitalismo estaban igualmente
activas en las sociedades de un verdadero comunismo inexistente, a pesar de sus
esfuerzos por abolir con decretos las etapas de esta evolución!
Los fenómenos que se habían
producido en Moscú y en Leningrad[2] aceleraron este proceso inevitable. Las
alianzas políticas y sociales de la URSS no podían desarrollarse a ritmo
diferente del resto del mundo. Profundamente influenciadas por los movimientos
económicos de las transnacionales, las pretendidas «dictaduras burocráticas
inamovibles», que algunos veían en las manos de una estratocracia[3-ii] inflexible y victoriosa, que no se
detuvo antes de derrumbarse
bajo el ataque violento de la artillería pesada de mercado[4].
Los países más desarrollados económicamente enrostraron a la atrasada URSS la imagen de su propio futuro y le servirían de
modelo.
La Unión de Repúblicas
soberanas, hasta ayer todavía «socialistas» y «soviéticas», pudieron recibir
sin complejos ayudas, créditos e inversiones y prestarse de buena gana a las
duras curas de austeridad prescritas por
los terapeutas del FMI en posesión del maná financiero. Con el beneplácito de
la democracia parlamentaria desaparecieron los últimos vestigios, arcaicos, del
poder instaurado por los bolcheviques al
día siguiente de la Revolución de octubre.
Así termina una de las más
grandes mistificaciones de los tiempos modernos, pero para remplazarla de
inmediato por otra farsa no menos dolorosa y de consecuencias funestas. Puesto que el cadáver enterrado no es el que
se cree. Si los medios y la intelligentsia
casi unánimes hablan a propósito del «comunismo»,
es con menosprecio de la reconocida teoría « clásica » que definió bajo este
término una comunidad humana liberada del capital y del Estado.
¿Hay que señalarlo cuando
volvemos al pasado del Este? El PC ha sido a lo largo de su vida la negación
absoluta y despiadada de lo que el Manifiesto
comunista anuncia en estos términos desde 1848: “En lugar de la vieja
sociedad burguesa, con sus clases y antagonismos de clases, surgirá una
asociación en la que el libre desarrollo de cada uno será la condición para el
libre desarrollo de los demás”.
Fueron los pensadores y militantes convencidos de esta concepción del
comunismo los primeros en analizar y denunciar los efectos del régimen de
terror «totalitario» implementado por
el partido único sostenido por los PC del mundo entero. Críticos y adversarios
incondicionales del bolchevismo en todas sus variantes, demostraron que el
llamado sistema soviético, a pesar de su carácter socialista destinado a
realizar el cambio, no era más que una
variante exótica del capitalismo, una sociedad que explotaba la fuerza de
trabajo donde el Estado controlaba el crecimiento del capital por medio de los
órganos de planificación centralizados.
Para los bolcheviques mismos, el comunismo era un objetivo
históricamente lejano. ¿No había glorificado Lenin mismo, en una de sus últimas
intervenciones en la tribuna del PC, las virtudes del capitalismo de Estado,
teniendo la honestidad, la inteligencia, de disculpar a Marx de toda
responsabilidad por morir sin dejar «una
sola palabra sobre este tema”?
El asesino no es la
víctima
No fueron raros los comunistas, los
libertarios y partidarios del socialismo de los comités, que rechazaron el
discurso del nuevo régimen y denunciaron el «totalitarismo» naciente en
esta concepción de la organización social.
En revancha,
muchos de aquellos que en su momento aplaudieron el «entierro del comunismo» eran
extrañamente débiles frente a los hechos y fechorías del régimen difunto y tomaban
como premios los nombramientos controlados por la nomenklatura
soviética.
Hoy, gracias a esta manipulación semántica
universalmente aceptada, perseguidos y perseguidores van a descansar juntos
bajo la misma lápida, condenados por igual a la execración de las muchedumbres
mantenidas en la ignorancia de esta usurpación de identidad. ¡Desgracia a quien
se atreva a hacer la diferencia! El ingenuo que, por ser audaz, se porclama
seguidor de Marx, Rosa Luxemburg y del comunismo,
de Bakunin y del anarquismo será al instante sospechoso de suspirar en secreto
por el totalitarismo.
Negar la razón a la víctima y al asesino es, de verdad, la manera más cómoda y expeditiva de apagar todo pensamiento crítico y liberador fundado en una ética proletaria cuyo imperativo categórico de «invertir todas las relaciones donde el hombre es un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable[5]», permanece hoy como ayer. Pero esta idea -de hecho, es la misma del comunismo- que no debe nada ni al bolchevismo, ni a la socialdemocracia, ni al liberalismo, no puede dejar de reaparecer, así sea bajo un nombre diferente.
Una vez en la vía de la economía de mercado, los pueblos de la nueva Unión descubrirán las dificultades. Países del Este están ya midiendo los límites de esta liberalización que, para ellos, no es ninguna liberación. Se encuentran de nuevo contra la pared, condenados en lo inmediato a iniciar un camino que perciben, sin embargo, que será una nueva etapa de su vía crucis. Para encontrar una salida, terminarán por recuperar la historia de sus propias luchas contra el «totalitarismo» que comienza bien antes que aquellas de los disidentes y reformadores vinculados hoy a la economía de mercado, y sin posibilidad de confundirse con ella.
[1] Artículo
publicado en las páginas « Débats »
del diario Le Monde, 7 setiembre 1991.
[2] Alusión al fracasado golpe de estado, muy
conocido por los medios occidentales, del fantasmal « Comité « Comité de
Estado para el estado de emergencia » del 19 al 21 de agosto de 1991, que
marca el aumento de apoyo popular del « demócrata » dirigente del PC
ruso, Boris Yeltsin, y prepara la dimisión de Gorbatchev en diciembre del mismo
año.
[3] Para una
visión más completa sobre esta aceleración (la dimensión militar, por ejemplo),
« hecha inevitable como consecuencia de la reorganización de la división
internacional del trabajo » (p.70) así como de la ceguera total de los
« especialistas » oficiales del « totalitarismo » ruso
delante de los mecanismos efectivamente en acción, consúltese la obra de L.
Janover, Les dissidents du monde occidental –critique de l'idéologie
antitotalitaire, Spartacus 1991.
[5] Karl Marx, Pour
une critique de la Philosophie du Droit de Hegel (1843), in Œuvres III -
Philosophie, Bibliothèque de la Pléiade, p. 390.
[i] Louis JANOVER colaboró en
la edición de las Œuvres de Marx «La Pléiade»
.
[ii] Estratocracia: Stratocratie:
Etimología: del griego stratos: ejercito; Kratos: poder, autoridad.
Estratocracia: es un término poco utilizado
para designar un sistema político donde el poder esta ejercido por los
militares. Los militares adquieren un
poder tal que se constituye en una verdadera sociedad y se encarga de las
orientaciones políticas y económicas de toda la nación.
Ejemplos de los regímenes donde el término
estratocracia es utilizado:
- el gobierno de Napoleón después de su
regreso de la Isla de Elba
- La Unión Soviética en los años 1980.
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