lunes, 29 de julio de 2013

Paramilitares, los peores verdugos del Caribe

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28 de Julio de 2013 - 12:00 am

© El Heraldo
Mientras la guerrilla se quedó en el sur del país y poco pudo adentrarse en el Caribe, los paramilitares hicieron su fortaleza de terror al norte de Colombia, y desde aquí empezaron a controlar territorios, a traficar droga, a permear la política y la economía, a masacrar y a desplazar pueblos enteros, en medio de sanguinarios hechos ocurridos entre 1996 y 2005, según el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH, que registra medio siglo de guerra en el país. (Vea infografía aquí)
 
La guerrilla en la Costa. Las Farc, fundadas en 1965; el ELN en 1962 y el EPL en 1967, formadas entre estudiantes y campesinos “de las guerrillas gaitanistas del Magdalena medio, el alto Sinú y el valle del río San Jorge”, alcanzaron a ocupar territorios en la región.
Se lee que, afortunadamente, “en el Caribe, las Farc ni siquiera en su mejor momento lograron avanzar más allá de la Sierra Nevada, la Serranía del Perijá y los Montes de María”, y tras derrotas con las AUC y la fuerza pública en el gobierno de Álvaro Uribe se logró “el desmantelamiento del Frente 37 en los Montes de María, la reducción del Frente 19 en la Sierra y el traslado de esta guerrilla a la Serranía del Perijá”.
 
Por su parte, el ELN, en su expansión de 1983, “siguió la ruta del oleoducto Caño Limón- Coveñas” (Serranía del Perijá, sur de Bolívar y Sucre), así como el sur del Cesar.
 
A su vez, el EPL ocupó el sur de Bolívar, el alto Sinú y el río San Jorge, hasta su parcial desmovilización en 1991.
 
Así se resume, según el CNMH, el lamentable paso hasta ahora de la subversión en la Costa, dejando, sobre todo, secuestros (24 mil en el país), atentados terroristas (77 en el país), muerte y narcotráfico.
 
Explica el documento, además, que en el país entre 1958 y 1964 se pasó “de una violencia bipartidista a una subversiva”, entre 1965 y 1981 hubo “una violencia baja y estable”, entre 1982 y 1995 siguió una violencia “creciente” y entre 1996 y 2002 -cuando empieza el terrible reino de las AUC en la Costa- “el conflicto armado alcanzó su nivel más crítico”.
 
Inicios ‘paras’ al norte. A finales de los setenta, comenzaron a aparecer autodefensas, entre ellas, el clan Rojas en El Palmar, Magdalena, con armas y entrenamiento del Ejército.
Entre 1982 y 1996, contra el avance electoral de la izquierda, “se multiplicaron los grupos de autodefensa y mutaron en grupos paramilitares, los cuales desencadenaron una brutal represión contra los civiles, mediante las masacres y los asesinatos selectivos”.
 
Nacieron, entonces, los ‘paras’ en Córdoba de Fidel Castaño, en el Cesar de los hermanos Prada y en la Sierra Nevada de Hernán Giraldo y Los Rojas.
 
“De 1994 a 1998, los paramilitares, al mando de Vicente y Carlos Castaño, exterminaron a la Unión Patriótica y al Partido Comunista en la región, para frenar el avance de las Farc hacia el norte y aislar al eje bananero de sus zonas de retaguardia”.
 
Cuando la Corte Constitucional en 1997 acabó las Convivir, estas se fueron a la clandestinidad, junto con sus antiguos representantes legales: Salvatore Mancuso, Rodrigo Tovar, alias Jorge 40; Edward Cobos, alias Diego Vecino, y Rodrigo Peluffo, alias Cadena.
“En 1995 se fundaron las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá y en 1997 (...) se dieron cita en un lugar de la región los jefes de nueve organizaciones paramilitares para conformar las AUC. (...) Empezó, entonces, la más grande expansión paramilitar hacia todos los puntos cardinales”: al Meta y Guaviare, al sur de Bolívar, al Magdalena medio, Catatumbo, Mancuso al norte de Córdoba y Jorge 40 al Cesar y Magdalena.
 
Éxodo y despojo. Explica el CNMH que el desplazamiento forzado en el país está ligado al control de territorios, intereses económicos, empresariales y políticos, narcotráfico, deficiencias en procesos de desmovilización, la ofensiva militar del Estado y la siembra de minas antipersonas por parte de las Farc.
 
Lo que más preocupa de este flagelo es que es el único que no ha decrecido en el país desde 2003, en comparación con las otras modalidades de violencia. Hoy se calculan más de 4 millones 700 mil desplazados, y una de las consecuencias de este éxodo son los despojos de tierras, unos violentos, a manos de ‘paras’, bacrim y guerrillas, así como ‘legales’, a manos de empresarios y particulares.
 
En la Costa, que ha llevado una de las peores partes del desarraigo, las AUC desplazaron a pueblos enteros.
 
Las cifras del país con el mayor número de desplazados internos del mundo, indican que los desplazamientos individuales sumaron un 73 por ciento, mientras que los desplazamientos masivos un 27, “y a pesar de los avances, la mayoría de los desplazados sobreviven en medio de situaciones dramáticas que desbordan la capacidad del Estado”.
 
Caribe masacrado. Los ‘paras’, para ganar territorios, recurrieron a la ‘tierra arrasada’ o el exterminio, intimidando a los insurgentes: “las masacres contra los civiles se presentaron como golpes para combatir y desmoralizar la guerrilla”.
 
Así, “la masacre de El Salado en febrero de 2000 que dejó 60 víctimas; Chengue, enero de 2001, 35 víctimas; Macayepo, octubre de 2000, 35 víctimas; y Las Brisas, marzo de 2000, con 12 víctimas”, así como las de Bahía Portete, La Guajira y varios corregimientos de la Sierra Nevada, entre otras, originaron varios desplazamientos masivos en la región.
 
Las desmovilizaciones de las AUC, entre 2003 y 2006, aunque trajeron “la casi total impunidad para responsables de crímenes atroces y no reconocían derechos de las víctimas” con la Ley de Justicia y Paz, sí significó un descanso para el Caribe del horror paramilitar y, además destapó en 2006 la ‘parapolítica’ desde el computador de Jorge 40, en poder del jefe del frente que delinquió en el Atlántico, Édgar Fierro, alias Don Antonio.
 
Otro fracaso de la desmovilización fue el surgimiento de las bacrim “fragmentadas, volátiles y permeadas por el narcotráfico”, lo que trajo un repunte de la violencia en 2011 y 2012, así como un rearme paramilitar en “La Guajira, Magdalena, Cesar, Bolívar y Córdoba”, que parecieran a veces recordarle al Caribe que, tristemente, nada ha cambiado.
 
Por Tomás Betín del Río
BOGOTÁ.



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